A pesar del cansancio acumulado que empieza a hacerse notar tras varios días de intensa actividad, nos lanzamos a la última jornada del curso con inmersión total en la ciudad de Oporto. Una ciudad que, como muchos saben (y otros tantos descubren con sorpresa), se encuentra en plena transformación: numerosas obras, grúas y zanjas salpican su centro histórico como parte del ambicioso plan de ampliación de las líneas de metro. El ruido de fondo no impide, sin embargo, que Porto conserve ese magnetismo tan suyo, entre lo decadente y lo vibrante.
Para quien la visitó hace una década, el cambio es evidente: la afluencia turística ha disparado su ritmo y su energía. Nosotros, fieles a la tradición de “hacer lo que hay que hacer” en una primera visita, recorrimos algunos de sus lugares emblemáticos: la Estación de São Bento con sus preciosos azulejos, el Mercado do Bolhão, el icónico Ponte de Dom Luís I (que a más de uno le sigue pareciendo más largo de lo que parece) y el tradicional crucero de los siete puentes por el Duero. Rematamos la ruta con un buen almuerzo en el mercado de Gaia, donde pudimos brindar por la semana vivida.
Pero como no podía ser de otro modo, nuestra jornada fue todo menos pasiva: en cada parada, Alberto —incansable y siempre con un juego en la cabeza— nos iba desgranando posibilidades pedagógicas. Nos habló de títulos como Fotosíntesis (una oda ecológica en forma de juego), Santorini (ideal para trabajar la lógica y el pensamiento espacial), Coup (donde la estrategia y el engaño van de la mano) y nos descubrió recursos digitales como la web Mathpickle, una mina de actividades lúdico-matemáticas. También nos hizo ver que España ocupa una posición destacada en el mundo de los juegos de mesa, como demuestra el éxito de Virus, cuyos creadores e ilustrador acudieron a una de las convenciones que él mismo organizó en Braga con una gran acogida de público.
Escuchándolo hablar, no nos cabe duda: estos días hemos estado guiados por un auténtico fanático de los juegos. Y en estos casos, como ya sabemos, la pasión se contagia sin remedio.
Por la tarde, tocaba la despedida. Compartimos la última cena con algunos compañeros de curso: nuestros paisanos españoles (de Plasencia ni más ni menos) e Ivana (de Zagreb) y disfrutamos de una velada distendida y llena de anécdotas. Una de las más divertidas la protagonizó nuestra compañera croata Ivana, que no podía contener la risa cada vez que Alejandro intentaba pronunciar una expresión croata parecida a “basta de charla, vamos a comer”. A veces, la risa es el idioma común más efectivo.
Terminamos así una semana intensa, inspiradora y muy bien aprovechada. Volvemos a casa con la maleta un poco más llena —esta vez no de souvenirs, sino de ideas, aprendizajes y ganas de seguir compartiendo con nuestros compañeros y alumnos. Porque, como hemos comprobado una vez más, las buenas experiencias educativas no se quedan en el aula. Y si hay juegos de por medio, mucho mejor.
Comentarios
Publicar un comentario