Nuestro penúltimo día en Marco de Canaveses comenzó con lo que algunos podrían considerar una señal del destino: una moneda de 10 céntimos apareció en nuestro camino mientras subíamos la ya familiar cuesta que conduce al centro de la población. No sabemos si nos dio suerte, pero desde luego fue una forma curiosa de empezar la jornada.
Nada más llegar al centro, Berta, la directora, nos recibió con una propuesta que nos hizo especial ilusión: quería organizar una cena de despedida esa misma noche con parte del equipo anfitrión. Un gesto que habla del compromiso y la calidez con la que nos han acogido desde el primer momento. Y como no podía ser de otra manera, aceptamos encantados.
La agenda del jueves, como viene siendo costumbre, no dio tregua. La primera cita fue con María do Céu, la psicóloga del centro. Siguiendo el formato habitual, ella comenzó contándonos su papel en el agrupamiento y nosotros no tardamos en lanzarnos con preguntas. Nos explicó que el equipo de orientación está compuesto por cuatro psicólogos —dos de ellos a media jornada— para atender a más de dos mil alumnos. Una figura no docente, al servicio del profesorado, que lucha por ganar espacio en el complejo engranaje del sistema educativo. Hablamos de los retos del día a día, de las dificultades para hacer intervenciones grupales en Secundaria por la falta de horas de tutoría, de lo mucho que facilita la Educación para la Ciudadanía en Primaria… y también de los puntos comunes con nuestro trabajo: familias difíciles, recomendaciones ignoradas y ese terreno gris que todo docente reconoce.
Después, fue el turno de Alice, coordinadora de la EMAEI (Equipa Multidisciplinar de Apoio à Educação Inclusiva). Nos habló con pasión de la apuesta del centro por la educación inclusiva, estructurada en tres niveles de intervención que recuerdan a nuestras medidas educativas significativas y no significativas. Ocho profesionales dan cobertura a los centros del agrupamiento, y en el Marco de Canaveses tienen además un aula específica para alumnado con necesidades más complejas. Visitamos ese espacio, conocimos a algunos de sus estudiantes y pudimos charlar con las docentes, que nos hablaron de la dureza de su labor… y también de su enorme recompensa emocional.
Inés tomó el relevo para presentarnos el programa Ecoescuela, un proyecto transversal, ambicioso y lleno de buenas ideas. Desde actividades interdisciplinares sobre el Holocausto, Halloween o el número Pi, hasta sistemas de compostaje, recogida selectiva de residuos o uso de agua de lluvia para el riego. También organizan ferias de productos agrícolas y campañas de alimentación saludable. Una fuente de inspiración para iniciativas que perfectamente podríamos adaptar a nuestro centro.
De la sostenibilidad pasamos a la acogida, gracias a una visita a la biblioteca con Paola, Susana y dos alumnos: Luciano y Camila. Forman parte de un programa de acompañamiento para facilitar la adaptación de nuevos estudiantes al centro. Fue una conversación enriquecedora, que nos recordó —una vez más— que también podemos aprender mucho escuchando a nuestro alumnado.
Como cada mediodía, tocaba recargar pilas en la cantina. El almuerzo, siempre acompañado por nuestros compañeros portugueses, es también un momento de aprendizaje y conversación informal. El ambiente, como siempre, acogedor y cercano, nos hizo sentir como en casa.
Por la tarde, volvimos al aula. Márcia nos llevó al laboratorio de ciencias, donde Inés (sí, la misma de Ecoescuela) nos invitó a observar una clase práctica con su grupo de Biología de 11 año (lo que sería nuestro primero de bachillerato). Una experiencia que nos conectó con nuestra faceta más académica… y también con nuestros recuerdos como estudiantes.
Para rematar el día, cambiamos los microscopios por piedras romanas. Nos dirigimos con Márcia a la ciudad de Tongóbriga, un yacimiento primero prerromano y después ciudad romana, que nos dejó boquiabiertos tanto por su magnitud como por el entusiasmo con el que Dionisio nos transmitió su historia.
Y como broche final, una última parada: la Obra de Fidalgo, una fachada barroca del siglo XVII que se alza como testigo exuberante de otros tiempos. Un colofón perfecto para una jornada tan completa como intensa.
Nos vamos acercando al final de esta experiencia con una mezcla de cansancio físico y plenitud emocional. Gran generosidad, cercanía y dedicación la que nos ha brindado el Marco de Canaveses. Nos llevamos inspiración, ideas, conexiones… y muchas ganas de devolver la visita.
Seguimos trabajando, seguimos aprendiendo.



















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