El segundo día en Marco de Canaveses arrancó con energía y con un café en mano, como debe ser. Pero no en cualquier sitio: en una de las dos salas de profesores del instituto. Sí, dos. Una para trabajar y otra, más informal, para despejarse. Adivinad cuál elegimos para el café… Exacto, la informal. Porque empezar el día con una charla relajada siempre ayuda a que todo fluya mejor (y a que la cafeína entre con más alegría).
Nos recibió Madalena, que fue nuestra guía en una visita por las instalaciones del centro. Entre presentación y presentación —porque aquí no se escapa ni un profesor sin saludo—, íbamos ralentizando el ritmo con nuestras preguntas. Pero, claro, a eso hemos venido: a aprender, a observar y, sobre todo, a preguntar. Así que sí, la visita fue larga, pero muy rica en aprendizajes.
A mitad de recorrido se unieron dos figuras clave en esta historia Erasmus: Marta y Márcia a las que ya conocíamos de nuestros contactos previos para trabajar en esta movilidad. Y, para sumar emoción al día, nos encontramos con nuestra querida Isabel. La misma con la que compartimos una experiencia en Penafiel y que ha sido pieza clave para que esta nueva aventura sea posible. Fue una alegría enorme verla y abrazarla de nuevo en territorio portugués.
Durante la visita nos fueron contando detalles del centro, algunos de ellos sorprendentes: un instituto moderno, reformado hace apenas una década. Para ello, durante un tiempo, las clases se dieron en contenedores prefabricados. Pero, a juzgar por el resultado, valió la pena la espera.
El centro es enorme: dos pabellones, enseñanzas de ciencias, humanidades, artes, y también formación profesional en diseño, salud, electrónica y multimedia y educación física. Con 1.500 alumnos, 180 profesores y 40 trabajadores no docentes, nos esperábamos cierto caos en los pasillos… pero no. El silencio y la tranquilidad durante los cambios de clase y en los recreos nos sorprendieron muchísimo. Hemos comprobado que el orden y la energía y efervescencia propia de los adolescentes pueden convivir en un mismo espacio.
Y si esto fuera poco, descubrimos otra peculiaridad de este centro (que no de las institutos de Portugal): aquí todo el profesorado trabaja solo cuatro días a la semana. Eso sí, el horario es intensito, con mañanas y tardes incluidas, aunque no todos los días. No está nada mal como equilibrio.
Después de esta visita hemos podido constatar que la apuesta de la Administración portuguesa por la educación es muy importante en cuanto a la dotación y a las instalaciones de los centros. Algunos compañeros así nos lo habían mencionado y coincidimos con ellos.
Por la tarde, Márcia y su marido Pedro nos acompañaron en una ruta turística que fue puro disfrute. Comimos muy bien —nada raro en esta tierra— y visitamos algunos de los tesoros del lugar: la icónica Iglesia de Santa María, obra del prestigioso arquitecto Álvaro Siza Vieira. No está (todavía) en la lista oficial de Patrimonio de la Humanidad, pero su autor es una figura de referencia mundial, galardonado con el Premio Pritzker y vinculado a numerosos proyectos enmarcados en entornos protegidos por la UNESCO. La iglesia, sobria y elegante, es ya de por sí una joya de la arquitectura contemporánea portuguesa.
También pasamos por el museo de Carmen Miranda (sí, la del frutero en la cabeza, que resulta ser hija ilustre de Marco de Canaveses), el Ayuntamiento y otros rincones que merecen su paseo.
La jornada culminó con una caminata junto al río Támega, un lugar precioso que nos explicaron es escenario habitual de salidas con alumnos y también del mercado medieval local. No nos extraña: el sitio es de postal.
Tras esta jornada intensa y tan completa, nos fuimos a descansar con la certeza de que el primer día “oficial” en el instituto había sido un éxito.
Seguimos trabajando, seguimos aprendiendo… y seguimos descubriendo pequeños grandes tesoros en este rincón de Portugal.
Jolín, pues nada que envidiar a Finlandia, esto...😜
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